viernes, 20 de marzo de 2009

Nueva moda mediática: "condenemos a Benedicto"

Por tercera vez les dijo: 'Pero ¿qué mal ha hecho éste? No encuentro en él ningún delito que merezca la muerte; asique le daré un escarmiento y lo soltaré' Pero ellos insistían pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y arreciaban en sus gritos" (Lc 23,22-23).

Resulta paradójico, y muy típico de nuestro tiempo, que Benedicto XVI, tantas veces señalado como el inquisidor por excelencia, sea ahora blanco de una auténtica caza de brujas. Parece que al fin y al cabo los promotores del pensamiento débil y el relativismo van despertando. No se pueden contener y explotan. Muchas veces tienen de su lado la maquinaria mediática, pero no la verdad.

Empecemos por aquel discurso universitario en Ratisbona. ¿Dónde se ha visto que un profesor sea bastardeado por mostrar a su auditorio una cita? ¿Acaso pretenden los periodistas (y los otros oportunistas de turno) volver al oscurantismo que denegaba el acceso a ciertas fuentes? ¿No era esto de lo que tanto se acusó a Joseph Ratzinger? Además, quien se tomara el trabajo de leer la exposición, fácilmente se daría cuenta de que la cita era un disparador para abrir el debate en un sentido absolutamente contrario: la incompatibilidad de la violencia y la vedadera religión. Quizá debamos admitir que en nuestra liberada sociedad -exenta (¡supuestamente!) de tabúes, todavía cabe el "de eso no se habla". Benedicto dio una lección de auténtico espíritu académico: desprejuiciado, abierto a la verdad, y dispuesto al debate. Lástima que en el siglo XXI la comunidad mundial (y eso incluye el vergonzoso silencio de los intelectuales) no esté a la altura de las circunstancias.

Prosigamos con el frustrado discurso a la Sapienza de Roma. Invitado a la lección inaugural, tuvo que desistir por lo que bien llamaríamos un grupo de inadaptados. Otra comunidad universitaria cerrada al espíritu que en esos claustros debiera imperar. Ya el vehemente san Pablo, mucho más audaz que estos pseudo-progres, enseñaba. "Examínenlo todo, y quédense con lo bueno" (1 Tes 5,17). Allí precisamente Benedicto se abocaba a dar razón de su discurso en el concierto mundial. ¿Qué tenía que decir? ¿Con qué autoridad? Ante la comunidad mundial, el sucesor de Pedro habla como pastor de una influyente comunidad religiosa. Es el portavoz de muchos fieles que no separaran su fe y su vida. El cristiano nunca podrá quedar confinado a la privacidad del templo. Su misión es compromterse con la realidad y con los hermanos. Aunque, como en este caso, su mensaje moleste.

El episodio del levantamiento de las excomuniones no está exento de matices. Pero si hay algo que faltó de parte de los comentadores, fueron los matices. ¿Qué sentido tiene rasgarse las vestiduras y escandalizarse por decisiones internas de una comunidad con la cual no me identifico? ¿No hay algo de vedettismo en todo eso? ¿Realmente me afecta lo que allí ocurre? En caso de que así sea, ya nos dice san Pablo cómo hay que reacionar. No corresponde hacer juzgar pleitos cristianos por medio de tribunales paganos: "para vergüenza de ustedes lo digo" (1 Cor 6,5). ¿A qué tanta charlatenería mediática?

El triste condimento de las injustificables declaraciones de obispo cismático Williamson no hacen más que embarrar el asunto. Pero de ahí a emprender una campaña contra Benedicto hay un salto gande. ¿Que tienen que opinar ciertos jefes de Estado sobre lo que ocurre fuera de su ámbito? Máxime, cuando cualquier hombre de buena voluntad puede reconocer en Benedicto una sincera estima por el pueblo judio, y una empática humillación por la shoah. Baste recorrer sus escritos tempranos (ej: El Dios de Jesucristo, 1973), su aprecio por las Escrituras hebreas, su visita a la sinagoga de Colonia, a Auschwitz (memorable discurso incluido), su visita a la sinagoga de New York, y las palabras de distancia respecto de las de Williamson.

Benedicto sufre en silencio y, en el momento de la devastación mediática, revela su grandeza. Él no es un títere de los aplausos, no se debe a las opiniones superficiales. Benedicto se debe a Jesús y no pretende callar. Apenas sosegada la tormenta escribe una carta humilde y magnánima. Da explicaciones como si fuera un novicio, y nos muestra a todos el camino de la reconciliación. Se calza la toga de maestro y el báculo del pastor. No enseña con palabras propias sino que nos remite -según su función- a la enseñanza misma de Cristo. Nos reprende con suavidad. Nos advierte del engaño de los chivos expiatorios y de la tolerancia cero. Desenmascara el vértigo obtuso de los flashes periodísticos carentes de reflexión. Hay incluso una palabra para los políticos: ¿no deben también los líderes civiles buscar al hermano perdido? Es un llamado a la reflexión: qué mezquino puede ser el hombre. "Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la paja del ojo de tu hermano" (Mt 7,5). ¿Pueden los jefes de Estado decir que promueven, como lo hace el Papa, la reconciliación por medio de gestos audaces y a costa de la incomprensión? ¿O acaso se mueven demasiado pendientes de la estadísticas y los índices de popularidad? Otro llamado se dirige a la fraternidad S.S Pío X: no parecen haber correspondido debidamente a esa "mano tendida". Finalmente, la cita paulina para los de dentro, para los espíritus prontos a la crítica y a las opiniones "fuera de tono". "Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente" (Gal 5,15). Y sigue Benedico con la crudeza de un padre: "Desgraciadamente este "morder y devorar" existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones?".

Cerremos esta seguidilla con el tema SIDA. A una pregunta, el Papa responde enumerando lo que la Iglesia hace para con los enfermos y luego dice:

"Diría que no se puede superar este problema del Sida sólo con eslóganes publicitarios. Si no existe el alma, si los africanos no se ayudan, no se puede resolver el flagelo con la distribución de profilácticos: al contrario, el riesgo es que aumente el problema. La solución puede encontrarse sólo en un doble compromiso: el primero, una humanización de la sexualidad, esto es, una renovación espiritual y humana que lleve consigo un nuevo modo de comportarse el uno con el otro; y segundo, una verdadera amistad también y sobre todo para las personas que sufren, la disponibilidad, incluso con sacrificios, con renuncias personales, a estar con los que sufren. Y estos son los factores que ayudan y que traen progresos visibles. Por ello diría esta doble fuerza nuestra de renovar al hombre interiormente, de dar fortaleza espiritual y humana para un comportamiento justo respecto al propio cuerpo y al del otro, y esta capacidad de sufrir con los que sufren, de permanecer presente en las situaciones de prueba. Me parece que ésta es la respuesta justa, y es lo que la Iglesia hace y así ofrece una contribución grandísima e importante. Damos las gracias a cuantos lo hacen".

Tratemos de ser razonables. El Papa da su opinión y tiene derecho a ello. Por lo pronto empieza situando su discurso en el ámbito de la caridad. La Iglesia hace, y no poco, por los enfermos de SIDA. Digo por los enfermos, los seres reales que están infectados y que sufren. Todos aquellos que hablan sin estar verdaderamente involucrados deberían tomar apunte de esta abismal diferencia. Hablar, hablamos todos... arremangarnos para asistir al arruinado por la enfermedad, definitivamente, no todos.

La Iglesia católica es la institución, mundialmente hablando, que más se ocupa de los enfermos de SIDA. Uno de cada cuatro enfermos de SIDA es asistido por la Iglesia Católica. Eso parece dar cierta autoridad moral para hablar. Si se lee atentamente se podrá ver que el Papa está interesado en despertar la cociencia sobre la atención a los enfermos. ¿Cómo se acerca la sociedad a la realidad del SIDA? ¿Cómo llegar a un interés real, "cuerpo a cuerpo", y no quedarse en la mera defensa de los preservativos? ¿Cómo se mueven las naciones en este contexto de atención sanitaria?

Luego, Benedicto sitúa el problema en el contexto más amplio de la vida humana. Los seres humanos no son sólo biología. Hoy la OMS vuelve, aunque no lo sepa, al concepto bíblico de salud entendido como algo integral que abarca todas las esferas de la persona (física, psíquica, espiritual). Es un tema de dignidad, de proyecto de vida. ¿Por qué molesta tanto que se ensanchen las perspectivas? ¿Por qué repugna reconocer que la raíz del drama es espiritual-moral?

Recién ahora, si se quiere, bajemos al terreno de los números. Los resultados no son el primer argumento de la Iglesia, pero también algo puede aportar. Para hablar verdad: Si se habla de eficacia en sentido estricto la primera herramienta es la abstinencia y la fidelidad; el condon queda claramente en tercer lugar. Lo que acabamos de enunciar es lo que se conoce como plan ABC: Abstinence, Be loyal, Condon. Un caso paradigmático, y -oh casualidad-de poca prensa es el de Uganda. Este país ha bajado drásticamente el índice de infectados de SIDA, recurriendo prinpalmente a este programa de abstinencia. "El 1991 el 15 por ciento de la población estaba infectada en Uganda. Diez años después esa proporción se redujo al 4 por ciento. En los últimos 20 años, Uganda ha sido la única nación que ha reducido el sida hasta en un 75 por ciento, hecho reconocido por Naciones Unidas"[1].

El descenso muestra que la eficacia puede ser comparable con el hallzgo de una vacuna contra la enfermedad. La campaña en favor de los preservativos, en cambio, no da grandes resultados. Si a esto le sumamos que detrás de los preservativos hay una industria, es decir, un negocio, el asunto se vuelve más sospechoso. ¿Y si todo el dinero, no sólo el destinado a la compra de preservativos, sino tambén a sus costosas propagandas se destinara a políticas de promoción de una sexualidad sana? Aquí no se pide acuerdo ideológico sino atender a la eficacia sin más. Cualquiera sabe que el preservativo no tiene eficacia asegurada, y a peor calidad mayor riesgo de contagio.

Benedicto es un hombre, y no tiene porqué acertar siempre. Sin embargo creemos que se lo juzga rápido y mal. No creo equivocarme al decir que esto está pasando de la "mala prensa" hacia la "campaña en contra". Tarde o temprano, la Historia pone las cosas en su lugar. Veritas praevalebit: la verdad prevalecerá.

miércoles, 11 de marzo de 2009

A Guardini

Hoy se cumplen, exactamente, 70 años de la supresión a manos de los nazis de la actividad docente de Romano Guardini. Por ese entonces tenía a su cargo una cátedra en la Universidad de Berlín que había sido especialmente creada para él: "Filosofía católica de la religión y visión católica del mundo".

La cosa empezó como un préstamo forzado de un aula menor, pero sin referencia alguna con la Universidad. En efecto, en la claramente protestante Berlín no le dieron cabida desde la facultad de Teología (protestante) ni en la de Filosofía. Poco a poco este profesor fue ganando adeptos desde una exposición sencilla y profunda, que lograba abordar los temas que interesan a todos con perspectivas de gran caladura espiritual.

Dado que acabo de terminar de leer -con gran fruición- sus "Apuntes para una autobiografía", me nace el compartir una breve reflexión. Es sin duda curioso, y en cierto modo preocupante, que los jóvenes alemanes del siglo XXI no presten mayor atención a la figura de Romano Guardini.

En sus años de estudiante, Guardini tuvo que padecer la distante actitud de los profesores universitarios. Seguramente de allí, junto a su temple latino, pudo valorar la importancia para el alumno de la cercanía del profesor. Él mismo cuenta que en sus inicios estaba bastante desorientado (intentó con la química y con la economía política). Pero cuando los profesores constataban sus graves dificultades, disimulaban y esquivaban el problema. Entonces concluye que para un profesor, charlar con el alumno y ayudarlo a reflexionar sobre su futuro "es un deber más urgente que escribir grandes libros y ser brillante en los congresos". Creo que en este sentido, la rigurosidad académica alemana tiene todavía mucho que aprender del calor y la humanidad de este genuino maestro.

La teología alemana sigue caracterizándose por su cientificidad, pero ella misma la traiciona volviéndola árida y poco expresiva. En Guardini en cambio, un regalo de la Providencia, se sintetizan el mundo germano y el latino. Sus escritos rezuman un clima íntimo y cordial, afable y simple, aunque nunca exento de profundidad. Es por tanto una verdadera pena que todavía siga un poco olvidado, y se lo considere en muchos círculos "pensamiento de segunda categoría".

Desde el hemisferio Sur, vaya nuestro reconocimiento y gratitud, para este maestro que iluminó aulas escépticas con su candor y su fe hasta que, un día como hoy, lo pasaran a retiro.

lunes, 9 de marzo de 2009

Eremos

La cuaresma abarca los cuarenta días previos a la pascua. Es un tiempo privilegiado en el que intentamos hacer la misma experiencia de Jesús, que pasó cuarenta días en el desierto.

El evangelio (Mc) nos dice que fue "impulsado" por el Espíritu. Más literalmente podríamos traducir "arrastrado", "empujado". Hay en el verbo una cierta violencia que no es más que la violencia, la irresistibiliad, del amor. Jesús se deja conducir por el soplo estimulante del Espíritu.

Pero la estadía de Jesús en el desierto es mucho más que un dato histórico, aunque ciertamente lo es. Es más bien un anticipo de su ministerio, del desierto que lo acompañará en la agonía y en la pasión.

Como buen israelita, Jesús va al desierto con la historia de su pueblo a cuestas. Va de algún modo a compenetrarse con esa experiencia fundante de cuarenta años en camino hacia la tierra prometida. En efecto, el desierto es para Israel la imagen de un pueblo peregrino en tránsito a la libertad. Sin embargo el símbolo es más complejo. El desierto tiene una doble faz. Por un lado, es lugar de la prueba: temperaturas extremas, soledad radical, tentación de desesperar... todo lo accidental queda a un lado para encontrarnos con la propia verdad. El desierto es en el fondo, el lugar donde caen las máscaras y donde ya no corre la mentira. Por otro lado, el desierto es el lugar del encuentro íntimo, de la revelación total. Fue en el desierto que Yahvé dio a conocer el decálogo como signo y sello (memorial) de la alianza. Es en el desierto, en las afueras, donde el Dios esposo conquista a su elegida. "Por eso, voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2,16). A la voz de Oseas se suma la del profeta Jeremías: "De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada" (Jr 2,2).

Jesús va entonces al desierto a hacer una experiencia honda y variopinta. Va además a clarificar su propia identidad y su misión. "Quién soy? ¿Hacia dónde voy?". Es necesario retirarse para escuchar tanto la voz -el gemido- interior, como la voz del Padre. Y así, desde la confluencia perfecta entre conciencia y mandato, encarar con decisión lo venidero.

Dice el Evangelio que Jesús fue tentado por Satanás. Ciertamente, la manifestación más fuerte (y sombría) de la hostilidad del desierto la encontramos en la figura enigmática y oscura de Satán. Él concentra la lucha contra el mal que Jesús viene a librar, y que no está dispuesto a evadir. Hoy día corremos el riesgo del doble extremismo: la exageración del poder demoníaco al punto de la obsesión, y la minimización burlona, superficial, e ingenua, del "misterio de iniquidad". En medio de estas posturas se levanta la espiritualidad clásica, la de todos los que tienen algo de camino hecho en la vida del Espíritu. Ellos reconocen que Satanás sale al cruce y que su influjo puede causar estragos. Pero también saben ellos, los santos y maestros, que Jesús lo ha vencido de manera definitiva, y no hay motivos para tener miedo.

Esto nos permite ingresar mejor en el misterio de Jesús. Él no va al desierto como un autista, a desentenderse del resto. Va al desierto a gustar en su carne la tentación, a ser probado, y a experimentar la fragilidad de la condición humana. Se trata de un camino de solidaridad con el hombre caído. Desde la debilidad se abre en comunión a todas nuestras luchas cotidianas, y en él, nos permite tener parte en su fortaleza.

Marcos nos dice que Jesús "vivía entre las fieras y los ángeles lo servían". Frente a aquella figura inquietante de Satanás aparecen las figuras luminosas, cándidas y serviciales de los ángeles. Y así logramos apreciar a Jesús, cual nuevo Adán, en una creación reconciliada; es un paisaje de armonía cósmica, de señorío universal: lo más bajo (fieras) y lo más alto (ángeles) acreditándolo como mesías (Is 11; 35).

Junto al desierto de Israel y el desierto de Jesús, está el desierto de la Iglesia; nuestro desierto. El desierto sigue siendo una realidad muy actual. Ya hace mucho, un pensador con rasgos proféticos como F. Nietzsche, pronunciaba palabras de tremenda vigencia. "El desierto crece". Y de vez en cuando nos ronda la sensación de que, efectivamente, no ha dejado de crecer. Esta intuición filosófica es mucho más que una proclama nihilista de corte intelectual. El desierto (metafísico, si se quiere) no queda recluido a la biblioteca, sino que afecta la existencia, los afectos, el espacio vital. Benedicto XVI, en su primera homilía como papa, dijo una frase hermosa y profunda: "los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores".

Está el desierto del sinsentido, del amor no correspondido, de los niños de la calle, de los abuelos solos, de los dementes en los psiquiátricos, de la agresividad en los modos, de las múltiples ofertas de evasión, etc. Y uno teme seguir para no ser tachado de (o no terminar siendo) pesimista. Pero acá llega la clave. Nosotros vamos al desierto "con Jesús". No somos kamikazes, no enfrentamos al mal ingenuamente, sino con la humildad y la confianza de los hijos de Dios. También nosotros vamos "impulsados por el Espíritu". Nos atrevemos al desierto porque nos lleva de la mano el que ya venció al tentador.

Concluyendo, dos pensamientos: 1. La primera tentación a sortear en esta cuaresma es la evasión del desierto, resistir ese espacio de lucha espiritual. Hacerlo, por pereza, desconfianza, o lo que sea, sería entegarse a la derrota antes de empezar. 2. La cuaresma fue desde siempre para los cristianos un tiempo fuerte de conversión. En épocas de menos facilidades cumplía las veces de un prolongado retiro espiritual. Hoy que las posibilidades están más a mano cabe plantear la necesidad (para todo cristiano) de un retiro anual: un día, un fin de semana, o el tiempo que cada uno pueda dar. Lo importante es no escatimar los medios necesarios para volver al centro y encontrarnos una vez más con el Dios que nunca se cansa de buscarnos.

domingo, 8 de marzo de 2009

Transfiguración 2009

Con el horizonte de la pasión, la Iglesia nos presenta anticipadamente la tensión propia de la vida de fe. 

Pero no lo hace en abstracto ni dejándonos huérfanos. Ante todo, nos presenta un modelo creyente: Abraham, "nuestro padre en la fe" quien ya anciano salió de su tierra "sin saber adónde iba". Es el hombre de la promesa, el que se aferra a la Palabra de Dios "esperando contra toda esperanza". En el relato de Gn 22 lo vemos enfrentado a una experiencia límite. Es un drama mayúsculo no exento de oscuridades. Es como si nos internáramos en el misterio mismo de Dios; las paradojas nos salen al paso y no nos parece lícito evadirlas. 

El crescendo es desgarrador: "Toma a tu hijo, a tu único, a Isaac, al que tanto amas". La entrega de lo más preciado, del retoño en plena vejez.Y Abraham responde una y otra vez, incluso cuando probado al extremo, con la expresión del discípulo: "Aquí estoy". Él es toda disponibilidad y obediencia, y por más que lo intentemos, no descubrimos en él ni el más mínimo asomo de rebeldía. 

"Tenía fe, incluso cuando dije, ¡qué desgraciado soy!" (Sal 115,10). Este verso del salmo nos sirve como puente al Evangelio. 

La fe cristiana no es un salto al vacío, no es un absurdo. La fe cristiana apela a una lógica superior, a una convergencia de sentido que genera credibilidad. Hay indicios, razones, que invitan y animan a la fe. El episodio de la transfiguración es una de esas pistas que permanecen como mojones luminosos en el ambiguo itinerario vital.   

Jesús toma consigo a tres apóstoles, sólo tres, y los conduce a un monte. El monte, lo sabemos, es un símbolo universal del espacio sagrado. En la altura de la montaña nos sentimos más cerca del Altísimo, y en la proximidad con el cielo nos parece que acariciamos la esfera divina. Pero llevó a tres: Pedro, Santiago, y Juan. No que fueran necesariamente los más virtuosos, sino simplemente los amigos, los elegidos. De hecho, Pedro es famoso por su carácter impetuoso, mientras que Santiago y Juan -no por nada- eran llamados "hijos del trueno". Es decir, no se trata de un derecho adquirido meritoriamente, sino de una gracia que hay que saber compartir. "Gratis recibieron, den también gratuitamente".

La transfiguración es un cambio de figura: meta-morfosis, dice el texto griego. En un instante sale a la luz lo más hondo de Cristo, la divinidad latente y casi siempre ignorada. La blancura como sinónimo de la santidad avasallante, incontestable. La nube, sombra del Altísimo, es la presencia del Espíritu. Y la voz caudalosa, tan ensalzada en los salmos de Israel, es la presencia del Padre. O sea, la Trinidad toda acreditando, respaldando, a este carpintero como Hijo de Dios. 

Es una profundización, una inteligencia nueva e insospechada (intus-legere: leer dentro) en la identidad de Jesús. San Marcos nos dice que Pedro experimentaba temor. Evidentemente, no el temor de espanto sino el temor reverencial, el que lo embarga a uno ante la experiencia de lo sagrado. A tal punto que, Pedro desea quedarse allí indefinidamente: "Hagamos tres carpas". Efectivamente: "¡Qué bueno es estar aquí". Podríamos traducir, qué bello, qué verdadero, qué real es esta experiencia. Qué fantasioso e inconsistente me parece todo lo demás al lado de este momento de gloria. (No por nada "gloria", en hebreo -kabod-, alude a un cierto peso, gravedad, densidad ).

Jesús oye a Pedro pero no puede seguirle el juego. Es preciso "bajar" del monte y volver al llano. Aquí descubrimos el descenso como imagen sintética de la pasión, del anonadamiento de Cristo. ¿Qué sentido tuvo esa experiencia? Es una vivencia fugaz pero destinada a ser atesorada en la memoria del creyente. Es una ayuda para la futura prueba: cuando lo vean humillado, escupido y maltratado, entonces tendrán de dónde agarrarse. Ellos tres podrán dar testimonio de que, contra todo lo que se ve, esta persona es el mesías. 

Qué fundamental para nuestra vida el saber amasar interiormente, y dejar leudar, esos momentos de intensa comunión con el Maestro. El saber buscar un hilo conductor, una mirada creyente a la propia vida. No comprendernos como secuencias aisladas e inconexas sino como un todo continuo que encierra un sentido a descifrar.  

Finalmente, y para no confundirnos, el fin de la pascua es la Vida. Jesús mismo les manda guardar silencio "hasta la resurrección de los muertos". Es decir, tenemos que tener claro que estamos hechos para la Vida y que Jesús es Señor de la Vida.

MODELOS creyentes y MEMORIA creyente. Una dimensión más comunitaria y exterior; otra más histórica e interior. Pero ambas de la mano, ambas llamadas a complemetarse e iluminar el -no hay que negarlo- exigente camino de la fe. Así, "si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿quién nos condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió, más aún, el que resucitó, está sentado a la diestra de Dios e intercede por nosotros?" (Rm 8, 31. 34).  Paz y bien.