viernes, 13 de noviembre de 2009

Sobre el Marqués de Sade y Karl Rahner

Cayó esta tarde en mis manos, sólo Dios sabe porqué, un opúsculo del Marqués de Sade. Su título irresistible me pudo: "Diálogo entre un sacerdote y un moribundo" (1782).[1] Absolutamente desprejuiciado y con lectura ávida recorrí las pocas páginas.

Ahora constato la vehemencia un poca altiva, e ingenua quizás, de alguien que hace un manifiesto ateo. Alguien que quiere justificar la inmoralidad mediante el primitivo recurso del libre curso a las pasiones. Alguien que soslaya las grandes tradiciones de pensamiento y espiritualidad en pos de la (ardua) búsqueda de un ser virtuoso. Alguien que se presenta como defensor de de la ilustración, y que no repara en sus propias incoherencias: por un lado enarbola la razón, y por otro se somete ciegamente a sus instintos. ¿En qué quedamos? ¿Hay razón? ¿Existe un juicio sobre la realidad? ¿O todo deseo está de por sí legitimado?

El Marqués confiesa estar "arrepentido" de haber resistido en algunas ocasiones la naturaleza. En su opinión, él debería haber respondido con mayor fidelidad a los dictados de sus facultades, que eran, como aclara, "criminales para ti, para mí las más simples". Concedido. Pero ahora este mismo hombre, no tiene autoridad moral para enjuiciar a otros. Es por ello que no se entiende la descripción de Jesús como "sedicioso, turbulento, calumniador, pícaro, libertino, un farsante grosero y un malvado peligroso". ¿Cómo puede decir, en relación a Cristo, que la "justicia implacable" recayó sobre "el que más lo merecía", y que "se demostró gran juicio al deshacerse de él", cuando, simultáneamente, niega la libertad humana? "El sistema de la libertad del hombre sólo fue inventado para sostener aquél otro de la gracia, tan favorable a vuestras ilusiones".

Concluyendo su "diálogo" trata de no incitar al crimen, y recurre a la razón como parámetro moral: hacer tan felices a los demás como uno mismo desearía serlo. Tarde. Demasiado débil quedó la imagen del hombre y su compromiso con el bien como para dar fundamento a una propuesta honesta respecto de las luchas interiores del hombre.

A continuación, leí también el fragmento "Fantasmas" de su obra pérdida: "Refutación de Fenelón" (1802). Me recuerda la diatriba de Job, sólo que el tono de Sade es superlativamente más atrevido e injurioso.[2]

Entonces vino a mi memoria la aguda "Meditación sobre la palabra Dios", de Karl Rahner.[3] Me permito compartirles unos extractos.

"... lo más simple e ineludible en la pregunta de Dios es para el hombre el hecho de que en la existencia espiritual está dada la palabra "Dios"...

"De todos modos, para nosotros la palabra está ahí. E incluso el ateo la pone siempre de nuevo cuando dice que no existe ningún Dios y que algo así como Dios no tiene sentido indicable; cuando funda un museo de ateos, eleva el ateísmo a dogma del partido y concibe todavía otras cosas de tipo parecido. También el ateo ayuda a que la palabra "Dios" siga teniendo existencia. Si quisiera evitar esto (...) debería contribuir a esta desaparición guardando un silencio absoluto, absteniéndose de declararse ateo...

"Existe la palabra "Dios". Esto por sí solo es ya digno de meditación...

"Incluso para el ateo, incluso para el que afirma que Dios está muerto, existe, según veíamos, Dios como el declarado muerto, cuyo fantasma es necesario ahuyentar, como aquel cuyo retorno se teme...

"Es la palabra sobrecargada y que nos esfuerza con demasía, casi hasta los límites de lo irrisorio. Sino se oyera así, entonces se percibiría como una palabra obvia y sin más trasfondo que las de la vida cotidiana, como una palabra junto a otras, y en consecuencia habríamos oído algo que sólo tiene en común con la verdadera palabra "Dios" el sonido fonético. Conocemos la expresión latina amor fati, amor al destino. Esta decisión por el destino significa propiamente "amor a la palabra que se nos dice", es decir, a aquella fatalidad que es nuestro destino. Sólo este amor a lo necesario libera nuestra libertad. Este fatum es en definitiva la palabra "Dios".



[1] Marqués de Sade, Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, Argonauta, Barcelona, 1980. El mismo volumen recoge un prólogo de M. Heine, y un brevísimo fragmento de Sade titulado “Fantasmas”.

[2] Mutatis mutandis, valga lo que dice el abad André Louf, comentando uno de los tantos exabruptos de J.P. Sastre: “El que lea esta página como lee las blasfemias de Job en la Biblia, adivinará tal vez la confesión de Dios más conmovedora que la literatura de nuestro siglo haya producido. Tras la expresión de esta teología tan negativa se esconde una evidente experiencia de Dios (…) Pues incluso en nuestras más amargas blasfemias, seguimos gritando nuestra fe. En cada blasfemia se oculta la verdadera figura de Dios, aunque se presente al revés”; A merced de su gracia, Narcea, Madrid, 43.47.

[3] K. Rahner, Curso fundamental sobre la fe, Herder, Barcelona 1998, 66-73.