sábado, 25 de diciembre de 2010

25 de diciembre de 2010

A muchos otros les habrá pasado lo que a mí. Se acercaba la Navidad y los acontecimientos parecían desdecir la noche de paz. Primero, las tomas de tierras en Villa Soldati. Violencia, desidia, mezquindad, manipulación política, confusión mediática... La flagrante decadencia de un país, mi país. Luego, los desmanes en Estación Constitución y la sensación de una historia recurrente que no logra plasmar la sana convivencia. La constatación hasta el hartazgo de que el orden demócrático rige más en el papel que en los hechos, y que, mal que les pese a algunos, vivimos sumidos en una neodictadura: la fuerza prima sobre la razón. Dos ejemplos entre muchos otros que afectan a la vida nacional.


No sería honesto frenar allí. También las comunidades más reducidas sufren este anti-climax navideño. Lo digo de mi familia y lo digo de mí mismo. ¡Cuántas traiciones hacia Aquel que viene en Nombre del Señor! Todo parecía empañar la Navidad. Pero ¿era realmente así? De pronto entendí que, aunque ese razonamiento tenía su cuota de verdad, no era del todo cierto. Toda la mugre, toda la lacra del hombre no empañaba el misterio de la Navidad sino todo lo contrario... lo resaltaba. La Navidad no es del hombre sino de Dios. En medio de la noche y de la vergüenza de una humanidad que no logra escapar al lodazal, brilla con más fuerza el amor de Dios que se empeña en visitarnos. Qué desmesura. Qué locura la de Dios. En un mundo desquiciado donde la supervivencia nos lanza a la evasión -que las hay más y menos refinadas-, Jesús no toma distancia sino que visita. Se adentra. Arraiga. Nace.

"Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". Habitó entre nosotros no como de paso, tampoco con privilegios. Plantó su tienda, armó su carpa. Gustó la fragilidad y se decidió por una fraternidad real. "En todo semejante a nostros, menos en el pecado" (Hb 4,15).

Ante el mutismo de la superficialidad, en el dolor abierto de las grandes preguntas, para los balbuceos de los confundidos, en medio del llanto sin consuelo y de la impotencia de los violentos... La Palabra se hizo carne. En ella está la vida y la vida es la luz de los hombres. Más que indignidad y tristeza sintamos hoy la alegría de sabernos elegidos así como somos. Necesitábamos al Salvador y Él se hizo presente. "Invoqué al Señor y me dio una respuesta".


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Todo visita sin embargo, alcanza plenitud en la medida en que es acogida. Y acá sí que la Navidad nos reclama. Nuestra preparación puede haber sido desastrosa pero, una vez nacido, tenemos que hacerle lugar. Como con el buen ladrón... no se nos exige impecabilidad previa pero sí un instante de lucidez para dejarlo entrar. He aquí un segundo aspecto misterioso de la Navidad. Existe la posibilidad del rechazo. La débil luz de un niño tierno en la noche de Belén puede perecer a causa de nuestra indiferencia. Jesús viene inerme para que nadie le tema, para que todos se acerquen y se sientan animados al encuentro con Dios.

Pero el abuso de confianza puede arruinar las cosas. Misterio de un Dios desconcertante que entrega lo mejor de sí -su propio Hijo-, y corre el riesgo de no ser comprendido. Riesgo cierto que deviene muchas veces en diálogo truncado. Tres veces advierte el Prólogo de Juan sobre este misterio de inquidad que es el abroquelarse ante Dios. (¡Oh calamitosa modalidad piquetera que también Dios debe padecer!). "La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron... El mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron". Que la conciencia de esta fragilidad, de hecho vulnerada, nos lleve a un mayor amor del Señor y a una mayor delicadeza para con sus visitas.

***

La visita de Dios no es un mero gesto de buena voluntad. No es la simpática compañía del que simplemente está. Jesús viene para transformarnos y tiene con qué hacerlo. "A los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de ser hijos de Dios".

En la nochebuena solemos regalarnos cosas. Es una práctica que, hay que reconocerlo, tiene mucho de comercial. Sin embargo, en lo esencial expresa algo muy profundo. En cada regalo uno "se" regala. Y eso es la Navidad. Dios que se regala, que se brinda, que viene... en persona. Dios que no simplemente dice palabras sino que "se" dice, de modo definitivo, en Jesús. Así como nosotros intercambios paquetes, también en la Navidad se da un "admirable intercambio". El Hijo se hace hombre, para que los hombres seamos hijos. Dios desciende para que el hombre ascienda. Él comparte nuestra humanidad para que nosotros participemos de su divinidad. "El que tenga oídos para oir que oiga".

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Hoy quiero tomarme en serio ese intercambio y pedir para todos una gracia especial. La pido para el mundo y los grandes líderes, la pido particularmente para la Argentina, pero también para los míos y para mi propia vida. Necesitamos recuperar la Palabra. Necesitamos volver a hablar ya que es lo más propio del hombre y aquello que nos asemeja a Dios. Estamos saturados de piquetes y mentiras, de tanta confusión premeditada y de los violentos estallidos, de las descalificaciones y las riñas decadentes. ¡Jesús enseñanos a hablar! Instaurá el sentido en nuestras relaciones. No una lógica fría y desencarnada, sino tu sentido cordial de Verbo del Padre que respira Amor. ¡Feliz Navidad!


















sábado, 27 de noviembre de 2010

Vigilia por la vida humana naciente

I Vísperas del Domingo I de Adviento

El Papa Benedicto XVI ha convocado para hoy, día en que comenzamos la preparación de la Navidad, una vigilia mundial de oración por la vida naciente. El sentido profundo es el siguiente: los cristianos creemos que Jesús es la Vida y quien nos da la vida en abundancia (Jn 14,6; 10,10). En él, toda vida humana ha recibido una nueva dignidad. Pero sabemos también que mientras nos disponemos a recibir al niño de Belén existe en nuestro tiempo un grave desprecio por la vida naciente. Por eso queremos acompañar este tiempo de espera en que contemplamos el embarazo de la Virgen María rezando por una nueva cultura de la vida. Año a año nos conmueve el misterio tierno y pobre de Jesús en el pesebre. Sin embargo somos concientes de que Jesús fue un niño indefenso y vulnerable ya desde el vientre materno. El suyo, como el de muchos, fue un embarazo que irrumpió sorpresivamente trayendo desconcierto, incomprensión y dificultades. Y en ese embarazo escandaloso para el mundo llegaba la redención.

El nuestro es un mensaje en positivo: estamos a favor de la vida… siempre, pero sobre todo cuando hay una debilidad tan grande. Nos anima el deseo de ser fieles al Evangelio reconociendo en los niños por nacer al mismo Jesús que dijo: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 25,40). Nuestra oración quiere ser inclusiva y misericordiosa.

Si quieres la paz, defiende la vida


Pablo VI

miércoles, 17 de noviembre de 2010

3º aniversario de ordenación sacerdotal

2007 – 17 de noviembre – 2010

Siempre es bueno confrontar la propia vida con la Palabra de Dios. Ahora que ya pasaron tres años de mi ordenación sacerdotal, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones. Comienzo con tres imágenes bíblicas.

La primera viene del libro del Génesis (15,1ss) y forma parte de una escena clave para nuestra historia de fe ya que nos presenta la alianza que Dios establece con Abraham. Allí, a los efectos de sellar la alianza, Dios le manda a Abraham que tome algunos animales de tres años y que los parta en dos según la costumbre contractual de la época. Me gusta pensar que mi sacerdocio es ese animal de tres años, ofrecido como testimonio de la alianza, de la unión inquebrantable, entre Dios y los hombres. Me gusta pensar que a través de mi vida se hace realidad el misterio de la alianza nueva y eterna que día tras día se hace presente en el altar. Y esos animales de tres años, partidos al medio, me recuerdan que soy yo quien tiene que partirse, de la misma manera que Jesús se deja partir por mis manos vacilantes y pecadoras en cada Misa. Todavía más. El relato dice que una vez expuestas las ofrendas “bajaron las aves de rapiña” para devorarlas. Pero Abraham, entrado en años, las espantó. Hoy pido que no falten en mi vida los viejos sabios y aguerridos que custodien mi sacerdocio, no sólo como algo propio sino como signo de la alianza que hace bien a todo el pueblo de Dios.

La segunda imagen sale de la carta a los Gálatas (1,18). San Pablo, que se siente elegido desde el vientre materno y que vive su apostolado como una gracia inmerecida, nos cuenta que después de tres años de intensa misión subió a Jerusalén para entrevistarse con Pedro. Así como Pablo sintió la necesidad de confrontar su doctrina, yo también quiero poner mi ministerio al servicio de la Iglesia. Quiero que ella me confirme y me corrija, porque no quisiera hacer nada fuera de su comunión de Madre. Eso sería, como dijo san Pablo, “correr en vano” (Ga 2,2).

La tercera imagen es del Evangelio según san Lucas (13,7-9). Cuenta Jesús, en una de sus parábolas, que había una higuera que no daba frutos. Pasados los tres años el dueño se fastidió y quiso cortarla. Pero el viñador intercedió pidiendo un plazo de gracia y prometiendo ocuparse especialmente de aquella planta. Sé que a pesar de todo el bien que Dios hace a través mío, en muchos aspectos puedo identificarme con esa higuera estéril que ocupa terreno inútilmente. Por eso, qué consolador es descansar en la misericordia de Jesús, que sigue apostando y se compromete con esperanza a trabajarnos interiormente hasta sacar lo mejor de uno mismo.


Pero un sacerdote no se entiende sino con sus fieles a los que trata de servir. Y como todo padre de familia siente una peculiar alegría al reunir a sus hijos en torno a la mesa. Nunca se es más sacerdote que celebrando la eucaristía. Porque el cura no celebra para sí sino para Dios y los suyos. Su misión es tender y ser él mismo un puente. En la misa convergen las historias particulares para hacerse una sola ofrenda, aunque de tono diverso: súplica y arrepentimiento, alabanza y acción de gracias, frustración e impotencia…

En la primera lectura, el libro del Apocalipsis nos hablaba de una liturgia celestial (4,1ss). Uno podría pensar que es una descripción del más allá, y eso sería correcto. Pero también es verdad que esa liturgia se vive anticipadamente en la Iglesia; y de modo especial en la misa. ¿Es la comunidad, y el cura como pastor, esa “puerta abierta” del Apocalipsis que deja ver la gloria de Dios? ¿Es nuestra vida una alabanza que prolonga con entusiasmo y gestos bien concretos el canto al tres veces Santo?

Termino con una última imagen. En la liturgia del Apocalipsis, que es la nuestra, aparecen “24 Ancianos” con túnicas blancas y coronas de oro. Estos ancianos, literalmente presbíteros, rodean el Trono de Dios. Es sin duda un privilegio de cercanía pero que se corresponde con una profunda actitud de servicio. Ese servicio consiste en que los presbíteros son los primeros en postrarse para adorar a Dios mientras dejan sus coronas a los pies del gran Trono. Sea esa, ¡quiera Dios!, una imagen elocuente de mi ministerio. Señor: que todos los sacerdotes del mundo podamos vivir deponiendo honores y arrodillándonos sin demora ante ti. Porque sólo “Tú eres digno de recibir la gloria, el honor y el poder”, por los siglos de los siglos. Amén.

domingo, 7 de noviembre de 2010

El cristiano y la angustia

Algún lector versado en teología contemporánea habrá reconocido en el título de estas líneas la referencia al libro homónimo del genial Han Urs Von Balthasar. Hace ya bastante que lo leí. Sin embargo, me queda el recuerdo de una gran intuición: la angustia no viene de fuera sino de dentro. Cotidianamente lo constato. En los que me abren su conciencia, en los que sin abrirla no la pueden ocultar y en mí mismo, es así.

Renuncio por tiempo, espacio, fuerzas y -sobre todo- dominio del tema, a una reflexión prolija y exhaustiva. Me limito a enunciar un problema y brindar dos o tres claves.

La angustia es un estado existencial inherente al ser humano. Negarlo es el primer error. ¿Cómo se define? ¿Cómo se lo desenmascara? La angustia es ese malestar que no tiene una causa definida sino que justamente emerge de lo más recóndito del alma. No se sabe de dónde vino pero allí está. Siempre me pareció muy gráfica la etimología: angustus, un angostaminento existencial. La estrechez como asfixia e inadecuación. La vocación a algo superador que no se recibe... y entonces la consiguiente frustración. Una dinámica infinito-finito pero mal resuelta. Y ahí está el hijo de Adán. Desconcertado. Luchando contra esos sentimientos confusos.

La angustia es, en cierto modo, la revancha del límite ignorado. Nuestra época, tan propensa a la transgresión, tan soberbia en sus aspiraciónes detesta el límite. Como se dice ahora, lo ningunea. Y la angustia inexorable devuelve la pelota.
Junto a la angustia personal existen otras angustias circundantes - las de los otros- que también nos lastiman. También a ellas tratamos de acallar. Y también ellas crecen en la medida en que las esquivamos. Juego macabro, lógica perversa; cuanto más la evitamos más nos tortura.

El cristiano sabe que el pecado es eso: renegar de Dios y querer suplantarlo. La tan vapuleada doctrina del pecado original muestra aquí toda su verdad. Nacemos heridos por esa vivencia trunca del límite. No sólo el límite sino su vivencia frustrada. Esto que se halla inscripto en nuestra genética psico-somática se reedita a cada paso mediante innumerables opciones erradas. Volvemos a apostar por el exceso que es la contracara de la evasión. No en vano los antiguos entendían la falta capital como hybris o desmesura.

Para decirlo de nuevo y fácil; la angustia es insatisfacción, pero esa que viene muy de dentro. El fenómeno ya aludido de la evasión, si bien se limita a dilatar la toma de conciencia agrava la situación. Esa no toma de conciencia es peligrosa porque la vida se escurre y la enfermedad avanza (haciendo estragos).

Quizás me surgió todo esto al reflexionar sobre la muerte, al visitar un hospital, al ver cómo un amigo no pudo contener su dolor, al sentir cómo rebotaba en mí la angustia camuflada de un tercero... La vida tiene sus vueltas porque el corazón humano las tiene. Pero peor es "blanquear el sepulcro", diría Jesús.

El evangelio es la Buena Noticia de que el límite, la pequeñez, incluso el pecado, pueden ¡y han! de vivirse en paz. Para entrar en el reino de los cielos (para ser grande) hay que hacerse pequeño. Porque, como dijo Pablo, cuando soy débil entonces soy fuerte (2 Co 12,10). La plenitud y la satisfacción están en el abandono y en la aceptación de sí [otro tremendo librito, de R. Guardini]. Al ver a un recién nacido todo se aclara: ¿era así de fácil? Si pudiéramos vivir así, sobrios y sencillos, despreocupados y desacomplejados, recibiéndolo todo y dando nada, o casi, porque nos sabríamos valiosos y dignos por el simple hecho de existir. Pero somos grandes y mañosos, muy heridos y escépticos de nuestra bondad: ¡Ven Señor Jesús!


Señor, mi corazón no es ambicioso
ni mis ojos altaneros.
No pretendo grandezas
que superan mi capacidad
sino que acallo y modero mis deseos
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Sal 130

domingo, 19 de septiembre de 2010

Beato Newman

Es bien sabido que en la mentalidad bíblica, el nombre es más que la identidad. Es identidad que entraña una misión. Podemos decir entonces que Newman honró esta tradición, plasmando a lo largo de los años lo que ya estaba cifrado desde el comienzo. Newman, el hombre nuevo renacido en Cristo desde su bautismo en la confesión Anglicana; también el que aceptó un nuevo comienzo en la Iglesia católica.


No pretendemos aquí ser originales, sino apenas celebrar con toda la Iglesia el culto público a quien es todo un modelo cristiano; y cristiano católico. Qué decir de aquel varón de rasgos marcados cuya figura inspira quizás un ascetismo difícil, pero que nos habla a la vez de la seriedad de su camino espiritual. En Newman admiramos su fidelidad a la conciencia, como Voz que interpela y remite al misterio trascendente de Dios. Efectivamente, en más de un sentido Newman ha sido un solitario. Pero su soledad, la del que se anima a vivir sin otra guía que la amable Luz del Espíritu,[1] es la condición para una intimidad mayor con Dios: "solus cum solo".[2]


Hace décadas que los papas ven en Newman un estímulo, no sólo por haber sabido sufrir por la Iglesia (en nombre de y a manos de) sino por haber llegado a destino: la verdad conduce a casa. Su epitafio, asumido por el Vaticano II (LG 16), resume en cierto sentido toda su existencia: ex umbris et imaginibus in veritatem – desde las sombras y las imágenes hacia la verdad.[3] Si León XIII acostumbraba llamarlo “mi” cardenal, no menor es el afecto que le profesa Benedicto XVI. El papa alemán lo conoció ya en su juventud por medio de su maestro G. Söhngen, y quién podría dudar de que esa estima ha ido en aumento. La armonía entre fe y razón, la pasión indeclinable por la verdad, la fina percepción para las realidades invisibles, el sólido anclaje bíblico y patrístico de la gran Tradición, la liturgia como anticipo escatológico… Entre tantas amarguras, Dios le ha concedido a Benedicto la gracia de ser quien lleve a los altares al sobrio cardenal inglés. Dejo en suspenso esta fructuosa amistad, este juego de espejos en que dos vidas paralelas se potencian en la comunión de los santos.


Pero ¿quién fue Newman? Fue un cristiano que aunque rehuyó el aplauso del mundo, atrajo con su aguda prédica las miradas de su tiempo. Su extensa vida recorrió casi por entero el siglo XIX (1801-1890); y conoció, justo en la mitad (1845), el hito de la conversión. Músico y poeta, místico y apologista, teólogo y predicador, académico y pastor de almas. Newman es un fenómeno de gracia, una irrupción anticipada y por eso mismo incomprendida de los desafíos del siglo XX. Su legado, todavía en recepción, es más un espíritu que una receta inmutable. Apertura católica a la larga historia de la Iglesia para resolver los problemas que parecen nuevos pero que son los de siempre.


Otro Pablo, otro Agustín. El converso lleva en sí el fuego de la novedad. Newman desconcierta porque exige un compromiso arduo donde no hay lugar para el regateo.[4] Quemó las naves, abandonó prestigio y apostó todo por seguir a Cristo en la fe de Roma. Más allá de su trayectoria intelectual, debemos recordar –como él mismo hizo– que nadie da la vida por una idea. Newman nos habla de una fe íntegra e integral. Por eso, junto con Benedicto, queremos sintetizar su legado desde la síntesis que John Henry eligió para su lema cardenalicio. Cor ad cor loquitur: corazón que habla al corazón. En esta actitud cordial, respecto de Dios y de los hombres, reside el secreto de Newman. Interioridad que se abre a un diálogo amoroso, misterio de comunión profunda, Trinidad en Cristo revelada.



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[1] Cf. “Lead Kindly light”.

[2] Apologia pro vita sua, VI-2.

[3] El evidente tono platónico (sombras) se conjuga con la mentalidad bíblica. “Imágenes” hace alusión a lo que es mera figura, boceto, realidad imperfecta que remite más allá, es decir, al original. Todo ello en una visión dinámica (hacia) que dice tensión escatológica.

[4] “Señor haz de mí lo que Tú quieras, no pretendo regatear, no impongo condición…”.

jueves, 15 de julio de 2010

La derrota del pensamiento

Ante la aprobación en el Congreso del mal llamado "matrimonio homosexual"


"Honra a tu padre y a tu madre" (Ex 20,12)
"Cuando Jesús vio la ciudad se puso a llorar por ella" (Lc 19,41)


Aclaro el género literario de las siguientes líneas. Se trata de una lamentación, no de una queja. La lamentación es un grito a Dios, es una exposición de las penas pero con el ánimo creyente intacto. Con espíritu de hijo, seguro de su poder y de su misericordia, de su paciencia y de su señorío sobre la historia, elevo al Rey del Universo estos pensamientos... y no tengo dudas de que el bien y la veradad triunfan. "En el mundo tendrán tribulaciones, pero ánimo: Yo he vencido al mundo"(Jn 16,33).


Lo de anoche fue la derrota del pensamiento. No voy a intentar explayarme porque sería verdaderamente muy largo. Simplemente dejar constancia de que las ideologías perviven y obnubilan la mente. El mito del progreso "per se" ha vuelto y está haciendo daño. Como si las crudas lecciones del siglo XX no se hubieran aprendido: no siempre legalidad es sinónimo de justicia; no siempre mayoría (¿lo fue en este caso?) dice razón y verdad. Tener que soportar la inaudita y ridícula pretensión de asociar al régimen nazi la cosmovisión por siempre vigente: ayer y hoy, allá y acá... en todos las latitudes y épocas. ¿Dónde está ahora la protesta de la sociedad por estos exabruptos oficiales que deshonran no sólo a una senadora y a muchos argentinos sino también la memoria de la Shoah? ¡Reaccionemos argentinos! ¿Acaso el matrimonio no es una institución civil pre-cristiana? ¿Acaso no conocían los prudentes romanos la homosexualidad y las orgías? ¿Todos nuestros mayores eran retrógrados? Qué ingenuidad la nuestra. ¿O debo decir: qué soberbia? Reivindicar hechos privados para elevarlos a moralidad pública con el engañoso pretexto de que es la única manera de atender derechos. ¿Es ésta la única vía para garantizar cargas sociales? ¿No existen otras herramientas jurídicas para satisfacer reclamos de justicia social (?) sin homologarlo todo mediante una componenda inconsistente? ¿Tan grave es admitir que la legislación expresa un modelo de convivencia en dónde hay conductas que son privilegiadas por sobre otras? ¿Es que ya no hay lugar para moralidad alguna? ¿Quién me asegura que una vez caído el cuarto mandamiento no caiga luego el quinto?


En nombre de la diferencia se borran las diferencias: sofismas de minorías subyugadas por pasiones y presiones. Manifiestos actos de violencia institucional: los mismos que con falso tono de víctima denuncian oscuras movidas destituyentes son los que ahora conspiran contra el normal funcionamiento del poder legislativo promoviendo inexplicables ausencias en el recinto. Una ley sin debate profundo ni plebiscito, entre gallos y medianoche, ignorando la constitución y el sentido común, negando la experiencia de otros países, desoyendo la biología, la filosofía, la psicología, la ciencia jurídica... una ley en sí misma discriminatoria que barre con las madres en el Código Civil. ¿Qué diría Vélez Sarsfield? Jurídica y filosóficamente, los propulsores de esta iniciativa llevan la "carga de la prueba" de las acusaciones y reclamos que sostienen.



Y los niños... tantas veces decimos que son prioridad, pero hoy no lo son. ¡No experimentar con los chicos! Tan grande es el bien en juego que el sólo hecho de correr el riesgo de lastimarlos es inmoral. ¿Creen ustedes que a los argentinos les da lo mismo dejar a sus hijos -sí, tu hijo, no un niño hipotético- al cuidado de una pareja homosexual o de un matrimonio (léase, heterosexual)? Sin necesidad de hablar de bondades y virtudes individuales, que seguramente tendrán, como las tienen todos... ¿pueden en cuanto pareja brindar lo mismo a una criatura en formación?


Y le hacen el juego al demonio, aunque no lo quieran escuchar. Todos pasaremos de esta tierra y la lucha seguirá lo mismo. El que no lo puede ver, que no lo vea. Pero las cosas no dejan de ser como son porque una ley o una moda intelectual lo disponga. ¿No gusta la palabra demonio? ¿Y qué significa "maquiavélico"? La división y la mentira, la obstinación como un no querer ver ni escuchar... ¿hay conciencia de la importancia del tema? ¿por qué entonces no madurar mejor un consenso? ¿Nadie advierte la distracción que se busca? ¿Y la lejanía del pueblo en torno a estos temas? Dios juzgará un día, ciertamente con misericordia; y la Patria también demandará (según el conocido juramento). Puedo estar de acuerdo en no incluir la religión en la medida en que la discusión es pre-religiosa, pero no pos-religiosa. Negar toda dimensión trascendente al debate como modo de ganar "razones" parece no sólo una necedad sino un acto anti-patriótico (y anti-democrático). A la Constitución Nacional me remito. Y al que no le guste que lo acepte en espera respetuosa de una reforma o que se mude a otro país. Pero en esta tierra bendita Dios tiene algo más que una presencia decorativa: en esta tierra Dios es "fuente de toda razón y justicia". ¿Podríamos en este marco hermenéutico -Gadamer y Ricoeur como gararantes imparciales- legislar y hacer justicia al margen de Dios? Que quede asentada esta cuestión para futuros polémicos proyectos que querrán pasar por alto la voz de Dios (ayer luminosa y ahora incómoda) según la predicación cristiana.


Hora del mea culpa. Los cristianos, y muchos otros de buena voluntad, hemos sucumbido a la pasividad y al desprecio de la cultura cívica. En pleno discurso de apertura posconciliar nos hemos refugiado en las sacristías abandonando los areópagos modernos. ¡Triste lección la de ayer! Muy caro cuesta el repliegue y la comodidad. Muchas veces, como en aquella sublime parábola del samaritano, pasamos de largo ante la república caída y ahora la herida ya está mucho peor. Que la política es cochina, que los tribunales contagian negociados... excusas que no justifican nuestra ausencia.


Escucho el Evangelio de hoy y Jesús dice: "Vengan a mí, los que están afligidos y agobiados" (Mt 11,28). Es verdad, estamos afligidos y agobiados y dolidos y traicionados. Lloramos como Él lo hizo un día por su ciudad. Es de hombre (y de Dios) conmoverse por la decadencia -hoy vestida de festivo progresismo. Lloramos no porque allí se juegue el sentido de nuestra vidas... tanto más alta es nuestra esperanza y tantos más anchos nuestros horizontes. Lloramos por que damos un paso hacia atrás; y además duele el modo. Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados, precisamos tu alivio y fortaleza: ¡queremos ser Nación!

viernes, 11 de junio de 2010

11 de junio de 2010

Meditación en tres pasos

En la fiesta del Sagrado Corazón
los ministros de la comunión adoramos a Jesús eucaristía
en el marco del año sacerdotal que concluye hoy


Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le quebrarán ninguno de sus huesos". Y otro pasaje de la Escritura, dice: "Verán al que ellos mismos traspasaron" (Jn 19, 33-37).



a. Fiesta del Sagrado Corazón

“El golpe de lanza, aparentemente rutinario, en el costado de Cristo ya muerto, se convierte en el símbolo real del acontecimiento insondablemente misterioso: lo aparentemente cerrado de quien asumió en sí y sobre sí lo nuestro, se abre y se hace asequible a los redimidos para ser, precisamente, su más recóndita morada: «Dentro de tus llagas escóndeme». Tomás, quien puso las manos en las llagas, es el primero en buscar esta morada; debería querer hacerlo con la sola fe, no con la mirada y la experiencia” (Balthasar).


Mirar a Jesús. Querer entrar. Esconderse. Morar. Mirar su costado abierto.
Manando. Brota profusamente. Sangre y agua… el misterio de la Vida.
Corazón es intimidad. Fuego. Acercarse al calor del misterio.
¿Cómo estoy rezando? Aprender a callar. Escuchar. Dejarme envolver.
Ser otro Cristo. De corazón a corazón.


b. Adoración eucarística de los ministros de la comunión

La sangre del costado abierto es la eucaristía: vida que se derrama para la salvación, aceite de consuelo para los enfermos, palabra de aliento para los deprimidos. El corazón traspasado de Jesús nos habla de un amor que se abre. Esa apertura es acogida fraterna y búsqueda generosa... también abajarse y lavar los pies. La lanza que punza y desgarra pero que trae la gracia. La pascua es un tajo. Sólo el grano de trigo que muere se hace espiga, sólo la hostia partida en el altar llega a los comulgantes.


Estar en Su presencia. Adorar. Valorar a Quién sirvo.
Ministro significa servidor.
Pensar en los sufrientes que me encomendó Jesús a través de la Iglesia.
Eucaristía es comunión. Comunión es tender puentes.



c. Año Sacerdotal: 2009 - Sagrado Corazón - 2010

El sacerdocio nace con la eucaristía. El jueves santo Jesús nos deja esos regalos.
El sacerdocio nace para la eucaristía. Para santificar la existencia y elevar una permanente “acción de gracias”, que eso significa eucaristía.

“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, solía decir el santo cura de Ars.

Tenemos un tríptico perfecto: del corazón traspasado brota la eucaristía. Eucaristía y sacerdocio se reclaman mutuamente. El sacerdote expresa y reconduce al corazón del Salvador.


EL sacerdote es Cristo. Los demás son sus ministros. Cristo bautiza, Cristo absuelve, Cristo consagra.
No acostumbrarse al misterio.
Ayudar a Jesús en el cura de mi barrio.
Tener mirada de fe. No idealizar. No desengañarse.

Rezar por mis pastores:
Memoria agradecida. Perdón mutuo.
Súplica por la fidelidad y el aumento de las vocaciones.

sábado, 3 de abril de 2010

Jueves santo 2010

La memoria hace a la identidad. El que no sabe de dónde viene en el fondo no sabe quién es.


Hay una memoria que lastima y destruye, como la del rencor y la venganza. O como la de la vanidad y el narcisismo. Pero hay otra memoria que suma y edifica; la de la gratitud, el perdón y la fiesta.


Toda la vida de la Iglesia, y muy especialmente el triduo pascual, es una gran memoria del Señor. Memoria de lo que Él ha hecho (y hace) "por nosotros". Cuando los judíos celebran la pascua, el niño de la casa pregunta al padre de familia: "¿Qué estamos celebrando?". Entonces el padre aprovecha la ocasión para recordar a todos las gracias recibidas por Dios.


El jueves santo es un día particularmente fuerte en este sentido. Los sacerdotes nos congregamos por la mañana en la catedral junto al obispo para renovar nuestras promesas sacerdotales. Allí, todos juntos, imbuidos en la conciencia de formar parte de un "cuerpo presbiteral" hacemos memoria de quiénes somos, del inmenso don recibido en la ordenación, y de la misión que eso supone.


Por la tarde fijamos nuestra mirada en la última cena. A la primera memoria del sacerdocio, sumamos la de la eucaristía y la del mandamiento del amor.


Jesús se reúne con los suyos a celebrar la pascua. Se inscribe en la tradición de su pueblo: llega como peregrino a la ciudad santa, dispone los preparativos necesarios, se sienta a la mesa al caer el sol... Pero esta pascua marca un punto de inflexión. Ya no será el animal sin defecto el que se inmole para ofrecer una sangre liberadora. Ahora Cristo es el cordero de Dios: la perfección del cuerpo es suplantada por la inocencia del alma, la liberación del yugo político cede lugar a la santidad interior de la gracia. Él es "el que quita el pecado del mundo". Todo el misterio del rescate del hombre condensado, apretado, en una cena ritual: cuerpo entregado y sangre derramada. Vida que se exponde y no se reserva. "Hagan esto en MEMORIA mía". Jesús manda que "hagamos esto". Que lo sigamos, que lo perpetuemos, que lo presentemos... pero "en memoria mía". Bíblica y técnicamente: memorial (zikkaron). Mucho más que un recuerdo subjetivo y sujeto a las deformaciones del individuo. Se trata de una memoria viva y real, memoria eficaz que actualiza el misterio en toda su fuerza haciéndolo presente sin más, es decir, en un sentido literal. Cada eucaristía nos sitúa en el misterio de la pascua, nos incrusta -por decirlo un poco fuerte- en el corazón del traspasado, en el drama del combate ineludible, en el amor que sangró no sin angustia.

Concluyamos esta primera parte. "En memoria MÍA" significa que Jesús se asume Cordero inmolado y Dios liberador. Tradicionalmente el sacrificio de pascua era memoria de YHWH, ahora pues, será memoria de Jesús. Se trata de una polarización de la fe israelita. Jesús reivindica para sí (aunque en contexto trinitario) la gracia de salvación. Y en esto ha ido más bajo y más alto que ningún hombre.

La memoria de la cena incluye el gesto del lavado de pies. Es una parábola en acción. El amor como clave de lectura. Este año quisiera apenas subrayar un incidente que parece marginal: la reacción de Pedro. El pescador protesta, impetuoso como siempre. Y esto le vale una corrección. "Si no te lavo no tienes parte conmigo". No se puede compartir la suerte de Jesús sin esta suerte de humillación. Humillación del discípulo que tiene que aceptar la humillación de Jesús. Podemos imaginar a Pedro ruborizado, teniendo que soportar este momento en que su Maestro se agacha y se dobla para cumplir con él -un simple pe(s)cador- el servicio de los esclavos. En el fondo, la crisis de Pedro es una buena señal. Es el despertar de una conciencia adormecida y acostumbrada que no discierne el misterio escandaloso de Dios. ¿Acaso los otros once entendían algo? Cuántas veces hablamos y nos bañamos en el amor de Dios con ligereza. Cuántas veces el silencio y la obediencia reverente proceden menos de un amor consumado que de una superficialidad (o un temor) incapaz de misterio.

Primer mandato de la cena: "Hagan esto en memoria mía". Segundo mandato: "Hagan lo mismo que yo hice con ustedes" (Jn 13,15) . Culto y vida, eucaristía y amor, adoración a Dios y servicio concreto a los hermanos. Ésta es la memoria del Señor. "Que el hombre no separe lo que Dios ha unido" (Mt 19,6).

martes, 30 de marzo de 2010

Triduo Santo (lunes, martes, miércoles)

La semana santa arranca, ya en domingo de ramos, con los cánticos del Siervo sufriente. Son poemas teológicos que hablan a media luz, como toda poesía, y tienen un delicioso sabor a misterio. Le toca al tercero abrir el juego: las imágenes comprometen el físico, se trata de ponerle el cuerpo a la pascua, de tomar en serio la encarnación-redención.


"El Señor me ha dado lengua... me ha abierto el oído... no me hice atrás... ofrecí mis espaldas a los que golpeaban, mis mejillas a los que arrancaban mi barba, mi rostro a los que me escupían..." (Is 50).

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El lunes nos habla de la complacencia de Dios en ese siervo manso, que no grita. Apenas se lo escucha porque no se afirma en el rigor sino que vive de la misericordia. "Caña quebrada no partirá, mecha mortecina no apagará". Qué extraordinaria metáfora de la delicadeza de Dios y de su motivación: ¿Acaso quiero la muerte del pecador y no que se convierta de su conducta y viva? (Ez 18,23).


El evangelio corresponde a Juan (Jn 12,1-11) y nos sitúa en un contexto de intimidad. La aldea de Betania, la casa de Lázaro, la mesa de sus amigos. Lo que se nos quiere decir es que el registro de la semana santa es la amistad. Sólo desde esta clave lograremos entrar en el misterio. Marta que sirve y María que exterioriza toda su devoción en un gesto audaz, típicamente profético. Tomó un perfume de nardo puro, muy caro -aclara el evangelista, y ungió los pies del Señor. Es la desproporción del amor que no encuentra acogida, sino más bien desprecio, en los ojos calculadores del mundo. Éstos son días de derroche, días para dar libre curso a un amor largamente callado. La unción, lo sabemos, es la institución del rey; aunque también la sepultura. Esta vez la unción viene de abajo, del pueblo, de una mujer que en su silencio hace presentes a los que no tienen voz (y sin embargo, aclaman a Cristo en sus verbos mutilados). La unción de los que no cuentan, de los anawim, los pobres del Señor. Que no ungen la cabeza porque no se atreven a tanto. Pero que ungen los pies porque saben lidiar con lo bajo y no le temen al polvo... ni al del camino ni al de la precariedad humana. "Recuerda que eres polvo, y al polvo volverás".

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El martes se retoma el motivo de la cena y la figura de Lázaro. El clima es más íntimo, ahora son los Doce, y el drama gana en tensión. Más allá de lo coyuntural del papel de Judas, Juan desliza una frase que es toda una pista. "Y entonces, tras el bocado, Satanás entró en él". No estamos (solamente) ante la trastada de un discípulo a su maestro. Juan, como de costumbre, nos eleva hasta ver el hecho en toda su dimensión. Hay un combate mayor en juego. Porque hay potencias que exceden lo humano. Y se apunta, con una cierta nota de obviedad, que cuando Judas salió a hacer lo suyo "era de noche". La hora de las tinieblas, la avanzada del mal. En este contexto también asistimos al anuncio de la negación de Pedro. De este modo, con el pescador demasiado seguro de sí mismo, entramos todos. Por acción u omisión, todos participamos en el misterio de la cruz; y, aunque nos repugne admitirlo, le hacemos el juego al Adversario.

La liturgia parece no dar puntada sin hilo. El segundo cántico (Is 49) describe la noche del Servidor que experimenta su fracaso: "inútilmente he gastado mi fuerza". Pero en medio de la frustración se erige la convicción de la misión: llamado, recordado, plasmado desde el seno materno por Dios. En medio de la oscuridad de la amarga traición sigue firme la antigua promesa: "Luz de las naciones" (Is 49,7). "La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron" (Jn 1,5).

***

Miércoles. Por tercera vez la Iglesia muestra a Judas en el marco de una comida. La idea es ahondar en este "misterio de iniquidad", que no es más que el reverso del misterio de caridad. La sobriedad del relato de Mateo en torno a la traición de Judas es típicamente evangélica. No hay lugar para el morbo. El hecho se describe sin más: fue e hizo tal cosa. No hay detalles ni explicación que satisfaga. "Era ladrón", había dicho Juan. Pero no nos alcanza. Es lo que puede el corazón torcido del hombre -cualquier hombre. "Treinta monedas de plata" fue el precio asignado. Exactamente lo que valía un esclavo (Ex 21,32). ¿Podía ser de otra manera? El himno de Filipenses resume así la encarnación: "tomando condición de esclavo" (2,7). Vendido como un esclavo -¡no más!-, muerto como un criminal.

Entre Juan y Mateo hay una llamativa coincidencia. Ambos subrayan el hecho de que Judas se sirve de la misma fuente que Jesús. Compartían la intimidad de la mesa, la común fragilidad humana y el alimento que sostiene la vida. Todo eso, en semita, crea lazos de sangre. Y en ese contexto sagrado, reforzado por la pascua ritual, llega la estocada. Ese bocado de Satán no soprende, nos retrotrae a la triste tarde en que otro bocado dio paso a la muerte. ¡Ay, pecado de nuestros padres todavía latente y agazapado! ¡Ay, bocado de comunión que se desdice a sí mismo para engendrar lo peor! "Quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condena" (1 Co 11,29). Sabemos que las cosas pueden ser de otra manera. Empezamos el triduo pascual en la penumbra de la traición y con el presentimiento de lo peor. Pero tenemos una certeza: "Yo he vencido" (Jn 16, 33). "Y al vencedor (al que venza conmigo) le daré de comer del árbol de la vida" (Ap 2,7).

domingo, 28 de marzo de 2010

Ramos 2010

La Iglesia comienza hoy una nueva semana santa, y lo hace envuelta en escándalos. Entonces quiero apelar a nuestra fe cristiana para ver algo más. Quiero ver en esto una oportunidad providencial para acompañar al Señor en su pasión.

La Iglesia tiene sus culpas y por eso entra en la "semana mayor" con espíritu penitente y ánimo de conversión. Así es siempre, sólo que quizás hoy se nota un poco más. Ella sabe que está en un constante camino de purificación, y que sólo la sangre de Jesús puede hacer el milagro. También es verdad que a las culpas reales y dolorosas, que no queremos disimular, se suman otras que vienen de la calumnia. Puedo oler revancha y carroña en muchos comentarios. Vemos con tristeza cómo se manipula la información, sacándola de contexto y proporción.

A un cristiano todo esto le duele, pero no le sorprende. "Si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?" (Lc 23,31). Ya tenemos nuestro via crucis. ¿Y qué diremos? ¿Líbranos de esta hora? (Jn 12,27).

Muchas veces hubo intentos -dentro y fuera de la Iglesia- de instaurar una era inmaculada. La Iglesia de Dios no cedió nunca a ese engaño. Ella sabe mejor que nadie de las miserias de los hombres y sabe que en todo corazón conviven el trigo y la cizaña. Por eso día y noche pide ser librada del maligno, y día y noche -incansable en sus rosarios- se incluye entre los pecadores.

Sentimos vergüenza, pero no flaquea la fe. De estas humillaciones públicas brota una Iglesia más humilde y orante, más sabia y compasiva, más genuina y fiel en su abandono. Vapuleada, sigue adelante como su Señor (Lc 19,28). También ella encara hacia Jerusalén donde todos buscan un pretexto para la condena (Lc 22,1). Y, como puede, sigue hablando. Porque no vive por sí misma, sino que respira para su Señor. Y a Él le place mostrar Su fuerza en la debilidad. Sí. Para confundir a los poderosos y sabios de este mundo (1 Co 1,27), a los que se regodean en la bajeza y hacen fiesta por el adulterio in fraganti (Jn 8).

No temas pequeño rebaño (Lc 12,32).

Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falta la fe. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma en la fe a tus hermanos (Lc 22,31). Adelante Benedicto, confirmanos en la fe.

Finalmente, quisiera transcribir lo que para mí es una de las páginas más conmovedoras de la literatura cristiana. Es una glosa del Evangelio, y que se ponga el sayo al que le quepa. No es apología ni mirar al costado. Es el Evangelio, el que nos supera siempre y nos pide conversión.

“Pero si hemos llorado alguna vez honradamente sobre nuestros pecados y los pecados de la Iglesia, si nos hemos percatado en la confesión de nuestra culpa de que toda santidad verdadera es gracia y milagro de Dios, y no evidencia engreída, entonces se aclarará nuestro ojo, limpio en las lágrimas del arrepentimiento, para el misterio santo de Dios en su Iglesia que se hace nuevo cada día: que sus manos hoy como siempre y a pesar de todo rebosan de gracia; que ahora y siempre administra la gracia de los sacramentos de Cristo; que de su corazón remonta permanentemente el suspiro del Espíritu y su inefable gemido (…) Una y otra vez podremos rezar entre lágrimas, ya sean las lágrimas del arrepentimiento o las lágrimas de la alegría: creo en la santa Iglesia.
Los eruditos de la Escritura y los fariseos –tales los hay no sólo en la Iglesia, sino por todas partes y con todos los disfraces- arrastran otra vez ante el Señor a ‘la mujer’ y la acusan con el oculto e hinchado sentimiento de que -¡a Dios gracias!- ‘la mujer’ no es mejor que ellos mismos: ‘Señor, esta mujer ha sido atrapada in fraganti en adulterio. ¿Qué dices sobre ello?’. Y la mujer no podrá negarlo (…) Y está ante aquél a quien ha sido confiada, ante aquél que la ha amado y que se ha entregado por ella para santificarla, ante aquél que conoce sus pecados mejor que los que la acusan. Pero calla. Él escribe sus pecados en la arena de la historia del mundo que pronto se apagará y con ella su culpa. Calla un pequeño instante que nos dura que parece miles de años. Y condena a la mujer sólo con el silencio de su amor que da gracia y sentencia libertad. En cada siglo hay nuevos acusadores junto a ‘esta mujer’ y se retiran una y otra vez comenzando por el más anciano, uno tras otro. Porque no había ninguno que estuviese sin pecado. Y al final el Señor estará solo con la mujer. Y entonces se levantará y mirará a la cortesana, su esposa, y le peguntará: ‘¿Mujer, dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?’. Y ella responderá con humildad y arrepentimiento inefables: ‘Ninguno, Señor’. Y estará extraña y casi turbada porque ninguno lo ha hecho. El Señor empero irá hacia ella y le dirá: ‘Tampoco yo te condenaré’. Besará su frente y hablará: ‘Esposa mía, Iglesia santa’”. [K. Rahner, Escritos de Teología VI, Madrid, Cristiandad, 1969, 312-313].

miércoles, 17 de febrero de 2010

Carta a Joaquín - Sobre el ayuno

Querido Joaco:

El otro día me preguntabas por el sentido del ayuno. Traté de darte algunas razones, pero pienso que no fui del todo claro. Escribo esto en parte para responderte, y en parte –quizás con más fuerza- para ordenar un poco mis ideas. Puede que también algún que otro tercero salga beneficiado con el asunto.

Lo primero que te puedo decir es que si hay pregunta, no estamos ante algo evidente. Siempre habrá quien diga que a nuestro tiempo las cosas le resultan menos evidentes, y que añada a ello una serie de razones. A mí se me ocurre pensar que quizás nuestra generación tenga la misión de volver a plantear preguntas, sacudiendo ritos inerciales y redescubriendo viejas convicciones.

Lo no evidente me lleva a la famosa frase de Exupery en El Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”. Agudicemos los sentidos y tratemos de entender. Te invito a pensar juntos.

El ayuno es una realidad que se hace presente en las más variadas culturas y tradiciones espirituales, sin distinción de tiempo y espacio. Supongamos entonces, que algún valor traerá consigo. Correcto. El mero hecho de que todos lo hagan no lo convalida, pero al menos crea una tendencia, un a priori que no deberíamos subestimar. ¿Con qué derecho voy a pensar que la tengo más clara que tantos otros?

Yendo a nuestra propia fe. En el AT el ayuno aparece y recibe su buena importancia. En el NT lo vemos al mismo Jesús ayunando. Para un cristiano, éste ya debería ser un argumento de peso. ¿Acaso no se define un cristiano por el seguimiento y la imitación de Cristo? ¿Acaso no es Jesús el maestro, el hombre perfecto, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre? Quisiera hermano, que no nos salteáramos tan pronto este detalle. En fin, me gustaría que juntos pudiéramos darle más crédito al Nazareno. Que lo contempláramos más y mejor. Y que juntos anduviéramos tras sus huellas. Motivos… siempre será bueno encontrarlos –y no sólo es lícito, sino hasta un deber buscarlos. Pero primero está la confianza, el amor, la intuición que nos dice (como en la pesca milagrosa) que “si tú lo dices”, “si tú lo haces”, por algo será.

También podemos agregar que el ayuno tiene una fuerte dimensión penitencial. En algún sentido se trata de una práctica que surge de la falta. Detrás del ayuno, lo mismo que de las peregrinaciones, hay un ánimo reparador. Puede también que se esconda un auto-castigo –habría que ver si este aspecto no queda abolido por el Evangelio de Jesús. De todos modos, cierto valor humano tiene. El que ayuna es consciente de ser un pecador. Ha ofendido a Dios, ha ofendido al prójimo, y se ha ofendido a sí mismo. Ayuna en señal de humildad, para comprometerse –efectivamente, en cuerpo y alma, a veces hasta públicamente– en un camino de conversión. El que ayuna asume que está en deuda (perdona nuestras “deudas”, dice el original griego), que no merece (“no soy digno de que entres…”), y que su maldad no es inocua. El que ayuna se hace cargo y reconoce que las consecuencias existen… aunque no siempre estén a la vista.

Sí, supongo que pensarás que de nada sirve eso del ayuno. ¿Sabés qué? Tenemos que renunciar a la lógica de la utilidad. Acá estamos en un terreno sagrado. No sólo el terreno de Dios, sino también el de las conciencias. No todo gira en torno a la utilidad, sino también en torno al amor y a la responsabilidad. El ayuno es básicamente privarse de lo superfluo, de aquello que no es indispensable. De ese modo nos abrimos a lo verdaderamente esencial y nos reencontramos con zonas descuidadas. “No sólo de pan vive el hombre”. Nadie muere por ayunar un día (o algo más). Y sin embargo, ¡cuánto cuesta! Puede parecernos que es esencial… y no lo es. Esa privación nos obliga a tocar nuestro núcleo, que es doble.

Por un lado, la dimensión espiritual, la sed de trascendencia. Somos algo más que fisiología (aunque también). Por otro la debilidad físico-espiritual. Qué apegados estamos a ciertas cosas. Tan poco que nos sacan y tanto que chillamos.

Pero hay algo más. Y es algo muy lindo. El ayuno que es una práctica ascética es una ejercitación. De hecho, askesis significa eso: ejercitación. ¿Ejercitación de qué tipo? Me animo a responder, es un ejercicio de libertad. Los dos sabemos que vos, como muchos jóvenes y no tanto, practican deporte. Esto ya lo sabía san Pablo, y lo usaba para predicar (1 Co 9,25). Pensá por un momento cuántos sacrificios, cuántas renuncias acepta los buenos deportistas. Dicen no al alcohol, al mal sueño, a determinadas comidas. Postergan legítimos descansos y se zambullen en largas rutinas, incluso desafiando al mal clima. ¿Dónde está la gracia? ¿Hay un sentido? ¿Quién los obliga? Los deportistas se entrenan por un bien mayor. Quitado ese bien mayor, todo puede parecer un absurdo.

Tampoco un cristiano debe perder de vista el bien mayor: el encuentro con Jesús, la libertad verdadera en la elección del bien. “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y que me siga”. ¿Cómo podríamos renunciar ante la tentación si nunca le dijimos que no a nada? Lo mismo sería para un atleta querer correr la maratón sin haber nunca entrenado. Ejercicio de libertad, de señorío sobre sí mismo. Aprender a conducirnos. Domar –nunca matar- las pasiones, esa fuerza bendita y maravillosa que Dios nos regaló. Pero a no ser ingenuos. Que somos todos hijos de Adán, aunque también –y esto tampoco hay que olvidarlo- seamos hermanos de Cristo.

No quisiera divagar y cansarte. Permitime alguna que otra idea. El ayuno tiene además una dimensión de solidaridad. Cuando ayunamos nos unimos, libremente, a todos aquellos que soportan un ayuno forzado, no elegido, sino impuesto. Qué espléndida actitud cristiana la de com-padecer con esos hermanos. Qué bueno, aunque sea cada tanto, sufrir con el otro, vivir la fraternidad en Cristo como algo concreto… tan concreto que nos asusta. Y es bueno saber que en determinadas fechas nos unimos, como Iglesia, en una misma práctica penitencial (CIC 1249).

Imagino que queda una última cuestión. Te preguntabas porqué no ayunar en otros sentidos. Es verdad, hay otros ayunos muy valiosos y que deben ser promovidos. El ayuno de ruido, de crítica, de vanidad, de lujo y sensualidad, de mentira y soberbia. Y esto es lo que el Señor desea por encima de todo (Is 58). Pero siempre hay que partir del sentido literal, de la matriz. El ayuno de alimento posee una concreción difícil de suplir. Y aunque absolutamente siempre el ayuno se mide por la calidad de la ofrenda interior, el ayuno corporal conjuga como ningún otro lo que somos: cuerpo y alma entrañablemente unidos.

Sé que se podría haber dicho mejor. Pero espero te sirva para algo. No te olvides que el ayuno se entiende de la mano de la oración y la caridad. Tiene que ser un camino de humildad y de apertura, a Dios y al hermano. Si te encierra en la soberbia del ‘yo pude hacerlo’, ‘aquellos no lo hacen’, ‘yo cumplo’; todo eso aleja de Dios y pervierte el sentido genuino del ayuno. Humildad que también conoce de límites, que sabe escuchar el lenguaje corporal, y que no cae en los excesos fanáticos de un espiritualismo malsano, que carga contra el cuerpo más de lo que sería prudente.

Te deseo una santa cuaresma, un tiempo para disponernos a la siempre inmerecida redención. Y hagas lo que hagas, que te acerque a Jesús, presente también en los hambrientos de hoy.

Un abrazo en Jesús, tu hermano.


miércoles de ceniza, año del Señor 2010

martes, 2 de febrero de 2010

David en la terraza

Animado por la reciente arenga del papa Benedicto a los sacerdotes en relación a su presencia en internet, rompo mi silencio cibernético y hago un nuevo aporte.

Pocos días atrás la liturgia nos presentaba el más que escandaloso episodio del rey David: digo escandaloso no tanto por lo que significa sucumbir al adulterio con la hermosa Betsabé (lo que no se pretende soslayar), sino más bien por la angurria implicada, así como por las posteriores mentiras pergeñadas, y el cobarde homicidio de uno de sus más leales guerreros.

La pregunta tiene que ser hecha. ¿Cómo fue posible caer tan bajo? David, el ungido, el noble pastor, el recto y manso servidor de Saúl... ¿cómo es que terminaste con las manos manchadas en sangre? El texto sagrado, discreto, nos da una pista. "Al comienzo del año, en la época en que los reyes salen de campaña, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel, y ellos arrasaron a los amonitas y sitiaron Rabá. Mientras tanto, David permanecía en Jerusalén" (2 Sa 11,1).

Dicho en criollo: la cosa estaba mal parida. David no estaba donde debía estar. Dicho en escolástico, que a su vez repite a Aristóteles: parvus error in principio magnum est in fine; el pequeño error del principio es grande en el final. Y me quedo pensando. ¿No será que a veces subestimamos el deber cotidiano? Estar donde se debe estar. Ésta puede ser una consigna muy pava o muy profunda. Si nos movemos como autómatas, si ya perdimos la capacidad de cuestionarnos puede que sea una cuestión de rutina. Pero si le concedemos vuelo existencial, si dejamos que nos lastime y nos moleste un poco, estar donde debemos estar, puede ser un (exigente) camino de crecimiento interior.

Existen la excepciones, se sabe. Pero también existen las excusas anquilosadas y tramposas. "Hay un tiempo para cada cosa", dice Qohelet (Ecl 3,1). Procuremos no vivir de la excepción, no engañarnos con justificaciones que sólo nos convencen a nosotros mismos.

¿Dónde estás? ¿No es ésta la primera pregunta que ofrece Dios al Adán recién caído? Esconderse es la reacción del que no quiere aceptar su situación. Pidamos la gracia de estar... en obediencia a mi estado civil, a mi vocación cristiana, a mi responsabilidad familiar. Hacer una apuesta que supere el corto plazo, y sus caprichos, y las incomodidades, y la tentación infantil de renegar de aquello que sabemos nos toca. Enfrentar nuestros cansancios y miedos, hacer de nuestras tareas pendientes un desafío del hoy. No gambetear las obligaciones ni los descansos. Ser fiel a lo que soy, a mis opciones irreversibles, sin por ello descuidar la frescura del primer amor (Ap 2,4). Y hacerlo todo con la convicción de que el compromiso es madurez que libera, voluntad que agrada al Padre, encuentro en el corazón del Hijo.

Para comprobar que no siempre somos tan lúcidos como creemos, y que muchas veces perdemos el sentido común, termino con una breve anécdota. Dispuesto a empezar su ministerio en una nueva parroquia, un sacerdote le propone a otro menor con quien tenía muy buena relación que lo acompañara al menos durante las primeras semanas. El sacerdote joven dudaba y no lograba decidirse, a pesar de no tener obstáculos mayores. Dándose cuenta de su confusión, se acercó a pedir consejo a un tercer sacerdote, venerable y anciano. Éste escuchó con atención el problema que se le presentaba, y tras un instante de silencio respondió, con humilde sabiduría y quizás también con una pizca de humor: "A ver si entiendo bien... Me dice que un amigo suyo le está pidiendo un favor, ¿Y usted no sabe qué es lo que tiene que hacer?".