domingo, 18 de septiembre de 2011

De uvas y denarios

Domingo XXV - Ciclo A

"Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos" (Is 55,8). Dios tiene una lógica propia y de eso mismo nos quiere hablar Jesús. «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros" (Mt 19,30). La parábola habla del propietario de una viña. En la Biblia, está claro que la viña es el pueblo de Dios, y su Dueño, el mismo Señor.

Lo primero que llama la atención es la disposición del dueño a buscar y recibir operarios. Dios sale al encuentro a toda hora deseoso de sumar amigos para su proyecto. La parábola nos habla de una hermosa insistencia en la convocatoria, de una persistente voluntad inclusiva. "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tim 2,4). ¿En qué medida somos los cristianos imagen de este Dios? ¿Son nuestras casas lugares de apertura y contención? ¿Están nuestras puertas abiertas para recibir al cansado y abatido? ¿O defendemos la intimidad del hogar y la del propio corazón como un bunker infranqueable, como una fortaleza inaccesible?
Llegada la hora de la paga acontece la sorpresa de un don sin proporción. Es la novedad propia del reino que descoloca. El escándalo evangélico está en la igualación. "Tú les das lo mismo que a nosotros" (Mt 20,12). El griego es más fuerte (y amargo): "nos has igualado". Curioso que hayamos creído que la declamación permanente de la igualdad de derechos fuera a sanar una herida tan honda. Nos resistimos a aceptar la igualdad radical ante Dios... igualdad de dignidad y de cariño. Acá reside la "buena noticia", la gozosa originalidad de Jesús. ¿Puedo vivirla como tal? ¿O formo parte del coro de protestones-murmuradores? (Mt 20,11).

La parábola es compleja y multifacética pero diríamos que tiene su centro en el modo como el hombre elige relacionarse con Dios. Ciertos obreros ponen el acento en su propio trabajo. Lo que cuenta es la obra personal, el mérito acumulado y, por consiguiente, la paga esperada. En criollo lo decimos sin rodeos: "va por los mangos". La actitud mercantilista (do ut des) recibe lo que le corresponde pero con una altísima cuota de insatisfacción. Compararse siempre acaba frustrando, y no está de más recordar, que el primer homicidio, el de Caín, nació por mirar al costado y no soportar la diferencia. En nuestra parábola no hay fraude. "Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?". Pero es una relación de por sí cerrada a la profundización. "Toma lo tuyo y vete".

Existe sin embargo otro modo. El del acento en la generosidad del dueño que llama y la gratitud que eso conlleva. El que trabaja en la viña se sabe elegido y entiende que podría no haber sido convocado. Ése recibe siempre más de lo que esperaba, porque cualquier retribución se le hace un privilegio. Ante Dios sólo cabe la actitud no-sindical. Entonces se invierten los tantos. El calor y el peso de la jornada, ¿son una carga o una gloria? ¿No es acaso mi servicio al reino y mi amistad con Jesús en sí misma una paga? ¿Cómo concibo mi parte en la viña? En el evangelio de Juan, Jesús dice lo mismo con otra imagen: así como está el pastor también está el asalariado. Volviendo a la parábola de la viña, ¿dónde me ubico?
La imagen de Dios es tan provocativamente buena que tendemos a rechazarla y sólo terminamos de digerirla conversión mediante. "¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?". La libertad de Dios, soberana, trascendente, sigue la lógica del amor. Y eso pone al descubierto nuestra mezquindad. El griego dice: ¿va a ser tu ojo malo porque yo sea bueno? La mirada humana que reprueba el bien divino. Existe un ejemplo cotidiano que nos muestra el giro que supone el evangelio y lo difícil que es vivir entre los hombres según Dios. Puede pasar que alguien se ocupe de un anciano sin ahorrarse fatigas y que ese servicio se haga más gravoso ante la despreocupación de otros familiares. Si en el último tiempo estos mismos despreocupados acortaran distancias y fueran finalmente beneficiados en la herencia ¿cómo reaccionaríamos? ¿Podríamos alegrarnos por ese entendimiento tardío? Y aunque fuera de pura conveniencia, ¿primaría en nosotros la felicidad de haber disfrutado de una relación sincera? ¿veríamos nuestra dicha ya en la relación misma? Dejar a Dios ser Dios: "Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti".

Finalmente, es de destacar la actitud de los obreros de la última hora. Permanecer en la plaza a la espera del llamado. No desalentarse y mantener latente la pregunta por el misterio de Dios. Aguantar la tensión de una sed no satisfecha sin sucumbir a la tentación de desbarrancar. Allí está el secreto de esos servidores: por un lado, el mérito de haberse quedado a tiro; por otro, la conciencia total de un llamado inmerecido (¡eran las 5 de la tarde!). Cerramos con Isaías que vuelve a dar la clave de lectura. "¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca!" (Is 55,6). Aquí más bien vale la inversión: "Déjense encontrar, mientras los busca el Señor".

sábado, 3 de septiembre de 2011

Por una pluma honesta y pensante

Grata sorpresa la de esta mañana al leer el artículo de Mario Vargas Llosa: "La fiesta y la cruzada" (La Nación: 3/9/2011). Partiendo de la reciente Jornada Mundial de Madrid, el novelista ensaya una reflexión de más largo alcance sobre la vitalidad de la Iglesia en el mundo posmoderno. No es necesario disfrazar estadísticas menguantes, porque lo que cuenta es la salud de una institución y la importancia de su fidelidad a la propia identidad. Gracias don Mario por hacernos ver desde una tribuna no eclesial que nuestro aporte es válido y, más que eso, indispensable. Imagino que puestos a dialogar en profundidad aparecerían algunas discrepancias. Eso no asusta a nadie. Lo que hoy quisiera resaltar es la honestidad intelectual que oxigena. Porque la literatura, la filosofía y la política no tienen porqué competir con la religión sino que todas deben aprender a encontrar su lugar en la sinfonía. Libre de toda sospecha, Vargas Llosa nos recuerda que la vida social necesita de un basamento ético y que la persona humana evidencia una impostergable sed de trascendencia. Desliza con audacia que cierta intransigencia atea es cuestión de una minoría marginal que toma distancia de la inmensa mayoría, so pretexto -infundado- de racionalidad. Y aquí valoramos, una vez más, el apostolado de un Benedicto, que habla con elegancia e inteligencia a los que todavía enemistan fe y razón.
Quizás la monja intrépida de "La fiesta del Chivo" es algo más que un resorte literario. Quizás sea una figura que lo reconcilia a Mario con la Iglesia Madre y Maestra, una figura redentora que es más sabia de lo que su aspecto monjil deja ver. Sí, una figura que no desconoce las miserias de algunos eclesiásticos ni la depravación (de todo tipo) que también corre en la sociedad civil, pero que, llegada la hora, acierta en lo esencial, que es "dar vida". Quizás Mario esté de vuelta y redescubra, con la experiencia de los años, que ciertas preguntas no se pueden silenciar. Quizás se acuerde del Hermano Justiniano y reconozca que tan oscurantista no puede ser aquella institución que, allá, en el Lasalle de Cochabamba y a los cinco años, le enseñó a leer y escribir.