sábado, 29 de julio de 2017

Amar - Concretar - Formalizar

En este día de santa Marta, la mujer que, según Agustín, "recogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor", vaya una pequeña reflexión. Está tomada de la primera lectura de la feria (sábado XVI - año par).

El libro del Éxodo dice que cuando Moisés comunicó las palabras y prescripciones del Señor, "el pueblo respondió a una sola voz: «Estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor»" (Ex 24,3). Detengámonos un momento en lo que significa esta respuesta. El pueblo se compromete a poner en práctica. Hace no mucho tiempo solía hablarse del católico "practicante". No cabe duda de que con esa expresión se corría el riesgo de una simplificación no exenta de cierto fariseísmo pero, de todos modos, así se enunciaba algo fundamental. La fe supone práctica, es decir, concreción. La religiosidad es nada si no desciende al ámbito cotidiano, donde juegan las manos y los pies, la boca y los ojos, la mente y el corazón. La adhesión a Dios involucra toda la persona. Y no vale invocar la interioridad que Jesús defendió siempre como lo primordial para excusar nuestras tibiezas. El culto y la moral son los ámbitos en los que se verifica -se hace verdadera- nuestra conformidad con la voluntad del Señor.


Sobre esto es posible añadir algo. Curiosamente, no basta la simple adhesión del pueblo sino que se requiere una formalización. En efecto, luego de que Israel afirmara su decisión de obedecer al Señor fue necesario enmarcar ese compromiso en el contexto solemne de la alianza (Ex 24,7). Las palabras se repiten pero el sentido es otro, porque ahora obligan de un modo nuevo. De aquí surge una lección sumamente actual. En un tiempo en que cuesta tanto "formalizar", la Biblia nos enseña que no basta dar un sí como al pasar sino que lo verdaderamente humano es empeñarse de manera clara e irrevocable. Al amor maduro le gusta ofrecer certezas.

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